CÓMO ACABAR CON LA CULTURA(6)

Se impone hablar aquí de Anna Akhmatova (1889-1966), pero no sólo porque ella también elogiara a Stalin después de haber sido vapuleada una y otra vez por las gentes de la Unión de Escritores Soviéticos. En realidad hay un gran abismo entre la actitud de Fadeyev y la de Akhmatova en relación con el poder estalinista. La poetisa de Odessa, como Babel, pertenecía a la avant-garde rusa, aunque a distancia del simbolismo de Blok. Como todos los poetas que hemos mencionado, se enfrentó a la censura del Estado, y cuando no pudo sobrepasarla o sortearla, guardó silencio. Pero Anna tenía un hijo, Lev, hijo de su relación con el poeta Nikolay Gumilev, líder del movimiento poético acmeísta y asesinado en 1921 por su supuesta colaboración en la llamada conspiración de Tagantsev, en San Petersburgo, entonces llamada Petrogrado; Gorky, el protector de todos estos poetas, había viajado hasta Moscú para obtener de Lenin la liberación de Gumilev, pero al llegar a San Petersburgo supo que ya había sido fusilado. Fue quizás la primera víctima poética de la Revolución, y el comienzo del fin de los poetas resistentes al realismo socialista que Gorky mismo había promovido: Mandelstam, Lélevich, Blok y tantos otros.

Nikolay Gumilev, Lev y Anna Akhmatova, en 1913
El hijo, Lev (1912-1992), que llegó a ser historiador especializado en cultura persa, no tuvo mejor suerte y fue arrestado durante las purgas de los años 30 simplemente por ser hijo de su padre, y condenado a cinco años de confinamiento en 1938; nuevamente fue detenido en 1949 y condenado a diez años en el GULAG, del que pudo salir tras la muerte de Stalin, en 1956. Anna Akhmatova escribió en secreto su Requiem para reflejar el sufrimiento que le supuso el encarcelamiento de su hijo, pero también escribió y publicó poemas de elogio a Stalin, por los que esperaba conseguir una liberación que nunca llegó y gracias a los cuales quizás consiguió salvar su propia vida, siempre pendiente de una lista de fusilamientos que Stalin podía firmar o aplazar. A partir de entonces, Akhmatova volvió a escribir siguiendo su propio demon. No se trata, pues, de un auténtico suicidio intelectual, como cometió Fadayev, sino de un acto de supervivencia y una muestra de que, como sostenía Benjamin,1 todo acto de cultura es también, en alguna medida, un acto de barbarie.


NOTAS

     1Walter Benjamin, Tesis sobre la filosofía de la historia, tesis VII.


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