LÉVI-STRAUSS: NATURALEZA Y CULTURA

Este apartado está desarrollado a partir de la lectura del texto de Claude Lévi-Strauss Raza y cultura, redactado inicialmente en 1952 y con un añadido en 1983[1]. Se trata de una discusión sobre la posible contribución del elemento biológico, lo racial, lo genético, al patrimonio cultural humano (lo que conduciría a considerar si una raza u otra ha aportado más o menos, si es inferior o superior). Es decir, se trata de considerar la posible relación entre la raza y la cultura desde una perspectiva crítica con el racismo (se trata de un encargo de la UNESCO).
Para Lévi-Strauss, “nada, en el estado actual de la ciencia, permite afirmar la superioridad o inferioridad intelectual de una raza respecto a otra”, es más, “cuando se intenta caracterizar las razas biológicas por propiedades psicológicas particulares, uno se aleja tanto de la verdad científica definiéndolas de manera positiva como negativa”.
Así que nada permite dar apoyo científico al racismo teórico (Gobineau), aunque se realice o formule una reflexión sobre el tema de las razas, su definición y su diferenciación, siempre que no se confundan el terreno biológico con el sociocultural, y aún así con grandes precauciones, porque incluso en el terreno puramente biológico la genética moderna pone en duda que pueda hablarse objetivamente de una uniformidad genética racial que permita establecer diferencias definitorias.
El estudio naturalista y antropológico de las razas debe servir para aportar conocimiento sobre la variedad física de los seres humanos, para conocer sus características físicas de la misma manera que se indaga en las características físicas de los fósiles de nuestros ancestros. La antropología natural o física tiene este cometido descriptivo y no debe sobrepasarlo. Medir cráneos humanos es compatible con la ciencia, pero sobrepasar el cometido heurístico puede ser políticamente tentador, así que el límite debe establecerse con claridad.
Como Lévi-Strauss defiende, las diferentes contribuciones de las diferentes razas humanas a la cultura (la base de su variabilidad) no se debe a los caracteres raciales en sí, sino a particularidades externas: condicionamientos geográficos, históricos y sociológicos de grupos humanos que se han desarrollado físicamente de forma aislada, de tal manera que los rasgos físicos se han mantenido intactos a causa de la ausencia de intercambios con otros pueblos. Pero nada en la configuración de las razas humanas permite hablar de rasgos unitarios definitorios, ni siquiera en poblaciones que se hayan mantenido absolutamente aisladas de otras poblaciones:
  • A nivel puramente genético, la por otro lado escasa diferenciación que hay entre individuos de una misma raza es de una magnitud similar a la que hay entre individuos de diferentes razas: aproximadamente un 0,1 % del total del genoma. O lo que es igual, la variabilidad física es indiferente a la variedad racial.
  • La variabilidad cultural es superior cuantitativamente en la variabilidad racial aparente (las tipologías raciales generales): dos culturas elaboradas por hombres de una misma raza pueden diferir tanto o más que dos culturas elaboradas por hombres de grupos raciales muy alejados entre sí.


La variabilidad de las culturas humanas es un elemento definitorio de las mismas:
  • La cultura humana no se desarrolla bajo un régimen de “monotonía uniforme”, sino a través de modos muy diversificados de sociedades y civilizaciones. La diversidad cultural no puede por ello correlacionarse con un plano biológico, ya que se trata de recorridos paralelos.
  • Existen muchas más culturas que razas, hay millares de culturas que deben encajarse en menos de una decena de razas.


Sin embargo, parece que “existen diferencias entre culturas, y algunas, que difieren de otras más de lo que ellas parecen diferir entre sí [...], son el atributo de pueblos que difieren de otros pueblos también por su aspecto físico”. De esta manera se establece una aparente relación, como una correlación, entre diferencias culturales y diferencias físicas. La pregunta principal es, para Lévi-Strauss, si las diferencias culturales se pueden explicar sin necesidad de salir del ámbito etnológico, sin necesidad de aludir a la hipótesis biológica, a las supuestas pero controvertidas diferencias de raza.
En realidad, sigue, es la cultura la que acaba influyendo en el desarrollo biológico de las poblaciones:

Son las formas de cultura que adoptan los hombres en todas partes, sus maneras de vivir, tal como prevalecieron en el pasado o lo siguen haciendo en el presente, las que determinan, en una muy amplia medida, el ritmo y la orientación de su evolución biológica.

En la relación entre raza y cultura, la primera es en realidad una derivación de la segunda: la cultura determina los límites geográficos del grupo, sus intercambios con otros, la disponibilidad para el cruce interétnico; también la cultura higiénica de cada población interviene en la diseminación de su patrimonio genético, en cuanto que aumente o disminuya la esperanza de vida de sus individuos, las actitudes culturales frente a las anomalías hereditarias (la preservación de la vida de individuos con enfermedades genéticas, malformaciones y alteraciones metabólicas hereditarias es una apuesta cultural; antes del desarrollo científico la conservación de tal carga genética era fruto sólo del azar), o las prácticas como el infanticidio discriminado de las hijas; así como numerosos elementos que pueden parecer secundarios, como el nivel de vida, contribuyen a modular el aspecto biológico de la evolución de una determinada cultura. De alguna manera se puede decir que la cultura se sobrepone a la selección natural, más bien, realiza su específica selección, alterando el proceso evolutivo.
A todo esto no hay que dejar de lado la interrelación entre biología y cultura a propósito de las dinámicas evolutivas, a través del llamado efecto Baldwin (qué es el efecto Baldwin).
La relación entre raza y cultura, pues, estará condicionada por la consideración de los rasgos diferenciadores desde cada una de las perspectivas, la biológica y la cultural. “En muchos sentidos, las culturas son comparables a esas dosificaciones irregulares de rasgos genéticos que se designa generalmente con el nombre de raza”. Así, una cultura puede definirse más ampliamente como:

una multiplicidad de rasgos, algunos le son comunes, otros, en diversos grados, lo son con otras culturas vecinas o alejadas, en tanto que otros las separan de manera más o menos marcada. Esos rasgos se equilibran en el seno de un sistema que, en uno y otro caso, debe ser viable, so pena de versa progresivamente eliminado por otros sistemas más aptos a propagarse o reproducirse.

Para marcar esas diferencias culturales, las condiciones son similares a las que favorecen la diferenciación biológica:
  • Aislamiento relativo durante un periodo de tiempo prolongado.
  • Intercambios limitados.


No obstante, hay que considerar que los patrimonios culturales evolucionan mucho más rápidamente que los genéticos, y se diversifican con mayor facilidad que las supuestas razas: hay miles de culturas frente a algunas decenas de supuestas razas diferenciadas. Por esta razón, a causa de este desequilibrio de diversidades cultural y racial, queda en entredicho la teoría racista según la cual el patrimonio genético determina el curso de la historia de esa cultura, aunque no se debe descartar el papel complementario de ese patrimonio genético. En un principio fue éste el que condujo a la selección de los rasgos específicos entre los homínidos (posición erguida, habilidad manual, sociabilidad, etc.), que son rasgos evidentemente pre-culturales; pero más adelante, desde que las primeras culturas comenzaron su andadura, son éstas quienes consolidan los rasgos biológicos recibidos, y los propagan seleccionando las aptitudes genéticas que antes habían contribuido a la consolidación de rasgos culturales.

Estos argumentos pueden convencer a los antropólogos, pero lo cierto es que los prejuicios racistas no transitan espacios académicos, ni reflexivos, ni acríticos. Un análisis de las implicaciones de la raza y la cultura debe tener en cuenta estas situaciones:
  •  El hombre de la calle aún se ve tentado a atribuir un significado moral o intelectual al color de la piel.
  • La experiencia corriente muestra que la cultura del hombre blanco ha hecho inmensos progresos, y ha relegado a las demás culturas raciales a un segundo plano.

De este modo, concluye Lévi-Strauss, para resolver el problema del racismo es necesario considerar el problema de la desigualdad de culturas. La reciente colaboración entre genetistas y etnólogos permite investigar juntos los mapas de distribución de los fenómenos biológicos y culturales, disolviendo así el problema de las razas, que deja de ser competencia de la antropología física y de la etnología. De hecho, Lévi-Strauss es muy pesimista respecto del papel que la etnología pueda jugar en la lucha contra los prejuicios raciales, más allá de mostrar que carecen de una base genética. La raíz psicológica del problema es la clave de su dificultad. En última instancia, la tolerancia recíproca entre culturas requiere de dos condiciones que las sociedades contemporáneas, inmersas en procesos globalizadores que arrastran a culturas e individuos a través de todo el planeta, están muy lejos de cumplir: una igualdad relativa y una distancia suficiente.
El incremento del desarrollo industrial y las comunicaciones han roto el fundamento en que se sustentaba el escenario cultural humano hasta hace 100 años. Las poblaciones, hasta aquel momento, vivían separadas por las distancias geográficas y las barreras lingüísticas, y podían evolucionar por separado, tanto en el plano biológico como cultural. Pero esas barreras han desaparecido, la distancia geográfica se ha diluido por las facilidades de movilidad y las telecomunicaciones. El movimiento tecnológico y económico conducen a una civilización mundial en la que igualdad y uniformidad pueden comprometer la diversidad cultural humana. Para evitar la uniformización, que congela la evolución de las culturas, los intercambios culturales no han de ser tan fáciles, cosa que los hace poco estimulantes. A la vez, la mayor posibilidad de los contactos interculturales puede generar también odio cultural y, por extensión y mala comprensión de la relación entre razas y culturas, odios raciales.



[1] Lévi-Strauss, Raza y cultura. Madrid, Cátedra, 1993 (1952 y 1983).

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