HISTORIA: las dobleces de Mirabeau (1749-1791)

Apuntes para una biografía de Mirabeau, aristócrata partidario de las primeras reformas revolucionarias, en favor de una monarquía constitucional. Era hijo del economista fisiócrata Victor Riqueti (1715-1789).

Castillo de Bignon-Mirabeau




Mirabeau, por J. Boze, 1789
Infancia y juventud infelices, su carácter desmesurado ya marcó esta etapa. Su padre confiaba en que una formación militar contribuiría a enderezarlo, pero fue en vano, su mala conducta le llevó  la prisión de Île de Ré, por una lettre de cachet (una orden escrita que permitía el encarcelamiento sin juicio previo).
Se casó en 1772 con una rica heredera. Pero su conducta siguió por los mismos derroteros, como iba a ser a lo largo de su vida: gastos desmesurados le llevan a endeudarse y es de nuevo encarcelado. Acaba escapando junto a su amante, Sophie (en realidad, la marquesa de Monnier). Escapan a Suiza, y luego pasan a Holanda, donde es nuevamente detenido, en 1777.



Es condenado a muerte, pero la sentencia es revocada por otra lettre de cachet que le lleva a la cárcel nuevamente. Ingresa en el castillo de Vincennes, cerca de París. Allí escribirá sus obras Lettres à Sophie y Des lettres de cachet et des prisons d’état.
En agosto de 1782 queda enteramente libre de cargos, pero su mujer le demanda para separarse de él y pierde el juicio, aunque el caso le proporciona una gran popularidad en París. El rechazo de su padre le lleva a renegar de su entorno aristocrático.
A partir de 1783 lleva una vida de aventurero y vividor, y de agente secreto. Es amigo de Calonne (uno de los ministros de hacienda de Luis XVI), pero no de Necker (el último ministro de hacienda de Luis XVI). Estancias en Londres, Lieja y viaja a Berlin en misión secreta, en 1786. Cuando en 1789 publica su Histoire secrète de la cour de Berlin, aireando material derivado de esta misión, se genera un gran escándalo en París.
En la convocatoria de los Estados Generales, intenta ser elegido por Provenza, sin éxito. Entonces se suma al Tercer estado, y consigue la elección como diputado por Aix. Llega a los Estados Generales sin tener ideas políticas concretas, salvo su oposición al despotismo y unas leves nociones de constitucionalismo monárquico. Su ascensión en la cámara se debe, sin embargo, a su gran capacidad oratoria y su conocimiento directo de las debilidades humanas. Es un aristócrata tránsfuga, es decir, que están en el bando que apoyará las reformas iniciales de la revolución. Pero sufre la falta de recursos económicos, lo que le convertirá en un político manejable por unos y otros, cosa que le llevará a jugar varios papeles a la vez en un futuro próximo. Su necesidad de capital y poder le lleva a ofrecerse a todas las instancias del momento: Necker, Orleans, el hermano del rey e incluso, más adelante, a María Antonieta aún en Versailles, que le detesta profundamente y en ese momento rechaza sus servicios. Tiene el poder, pero está ligado a numerosas deudas, y necesita estar rodeados de lujo, mujeres, secretarios y criadas. Sólo puede desplegar su actividad en la abundancia (Zweig, págs. 300-301).
Mirabeau es un tipo de personalidad exultante, vive rodeado de escándalos embarazosos, necesita vivir bajo un volcán, o es capaz de provocar él mismo una revolución para sentirse en su medio (Zweig, págs. 299-300).
Mirabeau, par Lacauchie
Hay que considerar su crucial papel en la transformación de los Estados Generales en Asamblea Nacional, pues fue él mismo quien llamó a los diputados del Tercer Estado a la desobediencia de la orden real de separar las deliberaciones según cada estamento (23 de junio de 1789). Con su carácter autoritario, domina la Asamblea con una elocuencia fulgurante, y la somete a su voluntad.
Su papel en los acontecimientos de julio de 1789 le procuró gran popularidad en París, a pesar de no aceptar todas las resoluciones de la Asamblea, como la abolición del régimen feudal (4 de agosto de 1789).
En las jornadas del 5 al 6 de octubre de 1789, su actitud fue también ambigua, y se ganó la desconfianza del rey (ya contaba con la de María Antonieta) (Zweig, págs. 239-240). Ese doble papel siguió dando resultados durante el resto de su vida política. Aparentemente apoyaba a Necker, pero en realidad contribuyó a su caída definitiva, el 4 de septiembre de 1790. Con los monarcas confinados en las Tullerías desde el 6 de octubre de 1789, intensificó su actividad conspiratoria, pues de cara al público era un fiel partidario de la revolución, pero a la vez se comprometió con María Antonieta para intentar salvar a la monarquía de su reclusión física y política, a cambio de una ingente cantidad de dinero que Mirabeau necesitaba para saldar sus deudas y seguir con su disoluta existencia.
Es cierto que María Antonieta no lo soporta, pero las circunstancias han cambiado y ahora es el único intermediario entre la monarquía y la revolución, dispuesto a hacer alguna cosa por salvar ambas instituciones. Por eso, desde las Tullerías, la reina está dispuesta aceptar sus servicios. Por este motivo, Mirabeau comienza a apoyar a los realistas en la Asamblea, aunque en la calle seguirá siendo un revolucionario. No obstante, pronto advierte que el rey no cuenta nada y que habrá de rendir cuentas ante María Antonieta (Zweig, págs. 301-303).
A mediados de 1790 comienza a flaquear su posición, pues ha de oponerse al avance de los jacobinos, y su actitud levanta las primera sospechas de su doble juego. Corre un panfleto titulado Trahison découverte du comte de Mirabeau.
Maqueta del castillo de Saint-Cloud, destruido por un incendio en 1870
La segunda mitad de 1790 es crucial. El 3 de julio, tras mucho insistir, María Antonieta acepta entrevistarse con él en secreto, en los jardines del palacio de Saint-Cloud, cerca de París. Es una entrevista a solas, por lo que se desconoce el contenido de la misma, salvo que Mirabeau decide poner todo su esfuerzo en ayudar a los reyes (Zweig, pág. 304-306).
A partir de aquí habrá de llevar con mucha discreción su doble papel de cabeza de la revolución y cabeza del realismo, y se ve obligado a realizar verdaderas acrobacias. Pero esta duplicidad no puede mantenerse intacta durante mucho tiempo, aunque Mirabeau no se inmuta, actúa como un Júpiter, intrépido en medio de la tormenta, creyendo ser el maestre de las tempestades, escribe Zweig, y con toda la fuerza de su ser se enfrenta a todos creyendo poder modificar el destino y dar la vuelta a la Revolución que él mismo contribuyó a poner en marcha (Zweig, págs. 306-307).
La propuesta de Mirabeau es audaz: provocar desde los sectores realistas una política de tensión, llevar al país al caos, el hambre y la guerra civil, para generar en el pueblo tal deseo de orden y paz que se restaure la confianza en la monarquía. Sus propuestas para salvar a la monarquía no son aceptadas por los reyes porque son demasiado osadas y los reyes prefieren esperar (Zweig, págs. 308-309).
En enero de 1791, dado el rechazo del rey a sus propuestas, Mirabeau da muestras de no querer arriesgar más su popularidad pública. Sus trabajos en la Asamblea irán en ese sentido, al tiempo que acaba siendo nombrado presidente de la cámara, con capacidad para controlar los debates. Pero por poco tiempo, porque su oposición a los decretos contra los emigrados intensificará la presión de los jacobinos contra él, y a partir de marzo perderá posiciones.
No dispuso de más tiempo, sin embargo. Enfermo desde hacía dos meses, tuvo que guardar cama desde el 27 de marzo, y murió el 2 de abril de 1791. El pueblo siguió en masa su funeral y su cuerpo fue uno de los primeros inquilinos del Panthéon, recién construido.
La primera consecuencia de su fallecimiento fue la determinación de los reyes de poner fin a su reclusión en las Tullerías, mediante una huida planificada y llevada a cabo en junio de 1791, pero abortada en Varennes por la Guardia Nacional. Este episodio será determinante en el desarrollo posterior de los acontecimientos: caída de la monarquía en agosto de 1792, ejecución de los reyes en enero y octubre de 1793, respectivamente.
La insurrección popular del 10 de agosto de 1792 dejó al descubierto la correspondencia secreta entre Mirabeau y los monarcas, hallada en una caja metálica que se encontró en las Tullerías. Mirabeau caerá en desgracia post mortem. Por ello, sus restos mortales fueron sacados del Panthéon por orden de la Convención, el 21 de septiembre de 1794.


Bibliografía
Diversas fuentes, entre las que destaca el libro de Stefan Zweig, Marie-Antoinette (1932). Paris, Grasset, 2010.







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