TEXTOS: Descartes y el problema cuerpo-mente

El punto de partida de la separación entre las sustancias (res cogitans inextensa y res extensa) es el establecimiento del principio de individuación: 

"Bastará que pueda concebir clara y distintamente una cosa sin otra, para que esté cierto de que la una es distinta o diferente de la otra, ya que pueden estar separadas, al menos por la omnipotencia de Dios" (Meditaciones metafísicas VI, pág. 171 de la edición de Espasa-Calpe, 1984).

Sirviéndose del principio racional de individuación, establece la separación ontológica entre las sustancias: la esencia del sujeto es mental, no corporal, facultado para pensar y sentir, pero no es esencialmente extenso pues se puede concebir el sujeto sin las propiedades del cuerpo, y es evidente, dado el proceso que Descartes ha seguido, que el sujeto es independiente del cuerpo. En definitiva, lo que conozco relativo al cuerpo no pertenece a la esencia del espíritu, que puede concebirse por sí mismo. No obstante, Descartes halla que entre el alma y el cuerpo hay ciertos puntos de relación, de modo que los hechos que ocurren en el cuerpo no son captados por el alma de un modo exclusivamente racional, sino también emocional o sensible; y lo mismo ocurre entre el alma y los otros cuerpos que existen en el mundo, al alcance de los sentidos.




Las razones que le inducen a defender la separación entre el alma y el cuerpo no son solamente psicológicas (relativas a la percepción y sus trastornos, por ejemplo en el caso de un cuerpo hidrópico), sino metafísicas: lo que esencialmente define al alma es su simplicidad, su naturaleza unitaria e indivisible, inextensa, atómica, mientras que le cuerpo puede ser dividido infinitamente, puede ser medido, pesado, etc. (Med. VI, págs. 178-179). Y los movimientos de ese cuerpo (dolor, herida, quemazón) son transmitidos al alma, que reside en el cerebro, a través de los movimientos de los nervios, que suscitan en el cerebro los mismos movimientos generados en el cuerpo (Med. VI, págs. 179-180). La explicación de las sensaciones y la conexión nerviosa con el cerebro, y de éste al espíritu, a parte de ser fisiológicamente incorrecta, acaba apelando a algún medio establecido por Dios (Med. VI, págs. 180-181).
Las últimas páginas de las VI meditación son confusas y no aclaran en qué medida Descartes se enfrenta al problema de la comunicación entre las sustancias, cuya diferencia ha dispuesto previamente. La idea de explicar la percepción como una representación en el cerebro de los movimientos que inciden desde el mundo exterior en los sentidos, a través de los nervios sensoriales, es un exponente de cómo Descartes había asumido el mecanicismo, pero a partir de esto no puede explicar cómo el cerebro (aún cosa corpórea) puede incidir, mediante un movimiento más, en el espíritu, cómo una extensión puede actuar sobre lo inextenso.

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