TEXTOS: un fragmento del Proslogion



Fragmento del Proslogion, de Anselmo de Canterbury (siglo XI), en el que aparece el famoso argumento ontológico, que siglos después fue usado por Descartes con la misma intención pero con orientación diferente.










CAPITULO II
Que Dios existe verdaderamente.
Luego, Señor, tú que das el entendimiento a la fe, dame de entender, tanto como consideres bueno, que tú eres como creemos y lo que creemos. Y bien, creemos que tú eres algo mayor que lo cual no puede pensarse cosa alguna. Ahora, ¿acaso no existe esta naturaleza, porque dijo el necio en su corazón: no hay Dios? (Salmos XIII, 1). Pero por cierto ese mismo necio, cuando oye lo que estoy diciendo, es decir algo mayor que lo cual no puede pensarse cosa alguna, entiende lo que oye y lo que entiende está en su entendimiento, aún cuando no entienda que ese algo existe. En efecto una cosa es la presencia de algo en el entendimiento, otra cosa es entender que ese algo existe. Así, cuando el pintor piensa con anticipación el objeto que está por hacer, ya lo tiene en su entendimiento, pero no entiende todavía como existente algo que no ha sido hecho aún. En cambio, cuando ya lo ha pintado, primero lo tiene en su entendimiento y, además, entiende como existente la cosa que hizo. Luego el mismo necio ha de convencerse de que existe en el entendimiento algo mayor que lo cual no puede pensarse cosa alguna, porque oyéndolo lo entiende, y todo lo entendido está en el entendimiento. Y por cierto, aquello mayor que lo cual es imposible pensar nada no puede estar en el entendimiento sólo. En efecto, si estuviera en el entendimiento sólo, podría pensarse que existe además en realidad, lo que seria algo, mayor. Luego si aquello mayor, que lo cual no puede pensarse cosa alguna está en el entendimiento sólo, aquello mismo mayor que lo cual nada puede ser pensado viene a ser algo mayor que lo cual es posible pensar algo: y esto, evidentemente, no puede ser. Luego, a todas luces, existe algo mayor que lo cual no se puede pensar cosa alguna, tanto en el entendimiento como en la realidad. 


CAPITULO III
Que no puede pensarse que Dios no existe.
Dios existe con tanta verdad que no puede pensarse que no existe. En efecto, puede pensarse algo que existe, y cuya inexistencia no pueda pensarse, y eso es algo mayor que aquello cuya inexistencia puede ser pensada. Por tanto, si puede pensarse la inexistencia de algo mayor que lo cual no puede pensarse cosa alguna, aquello mismo mayor que lo cual nada puede ser pensado no es algo mayor que lo cual nada puede ser pensado; y eso resulta contradictorio. Así, pues, es tan cierto que existe algo mayor que lo cual no puede pensarse cosa alguna, que es imposible pensar que no existe. Y tú eres ese algo, Señor Dios nuestro. Luego es tan cierto que existes, Señor Dios mío, que es imposible pensar que no existes; y con razón. En efecto, si alguna mente pudiese pensar algo mejor que tú, se levantaría la criatura por encima de su creador, y abriría juicio respecto de su creador: lo que es francamente absurdo. Y por otra parte, puede pensarse la inexistencia de cuanto existe fuera de ti solo. Por tanto, tú solo entre todos posees el ser del modo más verdadero y, luego, del modo más perfecto; porque las demás cosas que existen, no existen de ese modo verdadero, y tienen de consiguiente un ser menor. ¿Por qué, pues, dijo el necio en su corazón: no hay Dios, cuando para la mente racional resulta tan manifiesto que tú eres él que más existe entre todos? ¿Por qué, sino porque es estúpido y necio?


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Esperamos que el texto sea de utilidad para contrastarlo con los argumentos de Descartes y entender así su dependencia de la Escolástica.



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